INDICE
Nueva Diocesis
NOTA INFORMATIVA
El Papa ha creado, al finalizar la misa celebrada en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, la nueva diócesis de Guantanamo-Baracoa que comprende la provincia civil de Guantánamo y ha nombrado como Pastor de la misma al Excmo. Mons. Carlos Jesús Baladrón Valdés, quien hasta este momento se ha desempeñado como Obispo Auxiliar de la Habana.
Felicidades a la nueva Diócesis !!!!
Felicidades Mons. Carlos Baladrón Valdés !!!!
Viva el Papa Juan Pablo II !!!!
Viva Jesucristo !!!!
El Santo Padre Juan Pablo II pudo, finalmente, cumplir un
anhelo largamente acariciado: la visita pastoral a Cuba, que realizó del 21 al 25 de
enero. Era su 81° viaje internacional.
En el Vaticano lo despidieron el cardenal Virgilio Noè, vicario del Papa para la Ciudad
del Vaticano; mons. Darío Castrillón Hoyos, pro-prefecto de la Congregación para el
clero; mons. James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos; y
mons. Gianni Danzi, secretario general del Governatorato de la Ciudad del Vaticano.
Miércoles, 21 de enero
Al aeropuerto acudieron a despidirlo el cardenal Eduardo Martínez Somalo, camarlengo de
la santa Iglesia romana; los arzobispos: mons. Jean-Louis Tauran, secretario para las
Relaciones con los Estados; mons. Francesco Monterisi, nuncio apostólico en
Bosnia-Herzegovina y delegado para las representaciones pontificias; mons. Francesco
Colasuonno, nuncio apostólico en Italia; mons. Paolo Sardi, nuncio apostólico con
encargos especiales; y mons. Cesare Nosiglia, vicegerente de Roma; el obispo de
Porto-Santa Rufina, en cuya circunscripción se halla enclavado el aeropuerto, mons.
Antonio Buoncristiani; el asesor para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado,
mons. James H. Harvey; el subsecretario para las relaciones con los Estados, mons.
Celestino Migliore; el regente de la Casa pontificia, mons. Paolo De Nicolò; y el jefe
del protocolo, mons. Tommaso Caputo. El Gobierno italiano estaba representado por el
ministro de Asuntos exteriores, Lamberto Dini. Estaban también presentes el decano del
Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, el embajador de Italia, los diplomáticos de la
embajada de Cuba y los embajadores de América Latina acreditados ante la Santa Sede.
El Peregrino apostólico salió del aeropuerto romano internacional de Fiumicino y a las
diez de la mañana subió al avión, un MD-11 de Alitalia, que recorrió los 7.768 km de
distancia en doce horas.
Antes de dejar Italia, Juan Pablo II se despidió del presidente de la República, Oscar
Luigi Scalfaro, con el siguiente telegrama: "En el momento en que comienzo mi viaje
pastoral a Cuba con el deseo de encontrarme con la Iglesia que está en Cuba y de
testimoniar afectuosa estima y solicitud apostólica hacia aquella querida población, me
es grato dirigirle a usted, señor presidente, y a todo el pueblo italiano un cordial
saludo, que acompaño con fervientes deseos para el progreso espiritual y social de la
querida nación italiana".
Envió también telegramas de saludo a los jefes de Estado de las naciones que sobrevoló:
Francia, España, Portugal, Estados Unidos y Bermudas. He aquí el que envió al rey de
España Juan Carlos I: "Al sobrevolar territorio español en mi viaje apostólico a
Cuba, me es grato enviar mi deferente saludo a vuestra Majestad, a la familia real,
autoridades y amadísimos hijos de España, implorando sobre todos abundantes dones de
paz, concordia y cristiano bienestar, a la vez que con afecto les imparto mi bendición
apostólica".
Aunque su destino era La Habana, el avión no descendió al llegar al territorio aéreo de
la capital, sino que, alargando 15 minutos su trayecto, prosiguió hasta la ciudad de
Pinar del Río, pues, al no poder visitar en esta ocasión la zona occidental de la isla,
Su Santidad quiso saludar y bendecir a sus habitantes. El avión papal sobrevoló la
ciudad.
El Vicario de Cristo envió al obispo de Pinar del Río, mons. José Siro González
Bacallao, el siguiente telegrama: "Al sobrevolar el territorio de esa amada diócesis
de Pinar del Río, antes de llegar a La Habana para iniciar mi viaje apostólico a Cuba,
me complace dirigir un cordial saludo a los hijos e hijas de esa región occidental de la
nación, cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores
espirituales que les han distinguido y que están llamados a conservar y transmitir a las
generaciones futuras para el bien y el progreso de la patria. Evocando la fiel entrega de
los católicos, que en torno a su obispo son imagen viva de la Iglesia, les animo a
perseverar en su opción de fe, su esperanza viva y su caridad solícita, y como prenda de
mi afecto me complace impartir a toda la comunidad eclesial de Pinar del Río la
bendición apostólica".
Después de sobrevolar la ciudad de Pinar del Río, el avión regresó hacia La Habana.
La Habana
Apenas aterrizó el avión en el aeropuerto José Martí de La Habana, a las cuatro de la
tarde hora local, subieron a darle la bienvenida el jefe del protocolo; el nuncio
apostólico, mons. Beniamino Stella, arzobispo titular de Fidene; y el cardenal Jaime
Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de San Cristóbal de La Habana. Pocos minutos después,
el Papa bajaba la escalerilla.
En el edificio principal del aeropuerto destacaba un gran cartel del Papa, con la leyenda:
"Bienvenido Su Santidad Juan Pablo II".
El presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, señor Fidel Castro, como
las personas que se hallaban en el aeropuerto, aplaudió sonriendo, apenas apareció Su
Santidad. Luego, se acercó hasta la escalerilla y le dio la bienvenida con gran afecto.
Dos niños y dos niñas le presentaron una bandeja con tierra de todas las provincias y de
la isla de la Juventud, para que la besara. En la bandeja se hallaba reproducido el mapa
de toda la isla.
Acto seguido, Juan Pablo II presentó al presidente a los miembros de su séquito: los
cardenales Angelo Sodano, secretario de Estado; Bernardin Gantin, presidente de la
Comisión pontificia para América Latina; y Roger Etchegaray, presidente del Consejo
pontificio Justicia y paz; los arzobispos mons. Giovanni Battista Re, sustituto de la
Secretaría de Estado; mons. Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova; y otras
personalidades. El presidente, por su parte, presentó al Papa a sus principales
colaboradores en el Gobierno del país.
A continuación, ya en el palco, después de 21 salvas de artillería en honor del Romano
Pontífice, la banda del Estado Mayor general de las Fuerzas aéreas interpretó los
himnos cubano y pontificio.
Seguidamente, el señor Fidel Castro leyó
.
El Santo Padre pronunció el discurso que ofrecemos también en esa misma página. Luego,
saludó a los obispos cubanos y a otras personalidades eclesiásticas presentes entre las
que se encontraban los cardenales Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara
(México), y Lucas Moreira Neves, o.p., arzobispo de San Salvador de Bahía (Brasil), al
Cuerpo diplomático acreditado en Cuba, y a la Guardia de honor.
Terminada la ceremonia de bienvenida, Su Santidad se despidió del Presidente y se
dirigió, en coche descubierto, acompañado por el cardenal Jaime Ortega, a la nunciatura
apostólica. A lo largo del recorrido 20 km cientos de miles de cubanos saludaron al Papa,
muchos de ellos enarbolando banderitas del Vaticano y de Cuba. Algunos esperaron el paso
de Su Santidad durante horas, a pesar del calor.
En muchos sitios del trayecto se podían ver carteles con la imagen del Santo Padre y la
leyenda: "Bienvenido Su Santidad Juan Pablo II". Asimismo, en numerosos postes y
árboles de varias partes de la ciudad había fotografías de Juan Pablo II, con el lema
de esta visita: "Mensajero de la verdad y de la esperanza".
En muchos rostros se podían leer claramente la alegría, la fe, la emoción, e incluso la
sorpresa. Algunos se persignaban al pasar el Santo Padre. Todos estaban de fiesta por la
llegada de Juan Pablo II, con signos externos de gozo y esperanzas de una nueva era para
la Iglesia y para Cuba. Su Santidad, por su parte, a todos los saludaba y bendecía.
A las seis y media de la tarde llegó el Vicario de Cristo a la sede de la representación
pontificia, que fue su residencia durante todos los días de la visita pastoral.
Jueves, día 22
Santa Clara
A las ocho de la mañana, el Papa se dirigió desde la nunciatura hasta el aeropuerto
José Martí, donde tomó el avión IL 62 de la compañía Cubana de Aviación el aparato
en que suele viajar el presidente Fidel Castro, que lo trasladó, en cuarenta minutos,
hasta la base militar de la ciudad de Santa Clara, distante 250 km. Allí lo acogió el
obispo de la diócesis, mons. Fernando Prego Casal, que le presentó a las autoridades
locales. (Los datos de la diócesis de Santa Clara los ofrecimos en nuestro número
anterior).
En coche panorámico se trasladó Su Santidad al instituto superior de cultura física
Manuel Fajardo, en cuyo amplio campo de juego se había preparado el podio, en forma de
"bohío" cabaña típica de los campesinos de la zona, hecha de madera y cañas,
cubierto con un techo de hojas de palma. A la derecha del altar se hallaba una gran
estatua de la Virgen de la Caridad del Cobre, que tiene a sus pies el bongo una especie de
canoa con los tres jóvenes pescadores a quienes se apareció a inicios del año 1613.
Allí celebró Juan Pablo II su primera misa en Cuba, centrada en el tema de "Los
valores cristianos de la familia en la sociedad cubana". Se utilizaron en la misa
algunos textos preparados expresamente para los Encuentros mundiales del Papa con las
familias de todo el mundo celebrados en Roma, en octubre de 1994, y en Río de Janeiro
(Brasil), en octubre de 1997. Asistieron cerca de 150.000 personas, que en diversos
momentos de la celebración agitaron banderas cubanas y pontificias, y aclamaron con
entusiasmo al Vicario de Cristo. Los cantos corrieron a cargo de un coro compuesto por 350
jóvenes católicos de las diversas parroquias de la diócesis.
Concelebraron con el Romano Pontífice varios cardenales, los obispos presentes en Cuba,
procedentes de numerosos países, sobre todo de América, y cerca de setenta sacerdotes.
En torno al altar, acompañaban al Santo Padre los cardenales Angelo Sodano, Jaime Ortega
y Alamino, Bernardin Gantin, y el obispo del lugar, monseñor Fernando Prego. Entre los
concelebrantes se hallaban los cardenales Roger Etchegaray; Lucas Moreira Neves, o.p.;
Juan Sandoval Íñiguez; Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo;
Luis Aponte Martínez, arzobispo de San Juan de Puerto Rico, y Jean-Claude Turcotte,
arzobispo de Montreal (Canadá); los arzobispos Giovanni Battista Re, Dionigi Tettamanzi y
Óscar Rodríguez Maradiaga, s.d.b., arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), presidente del
CELAM; y el obispo monseñor Cipriano Calderón Polo, vicepresidente de la Comisión
pontificia para América Latina.
Además, se hallaba presente una representación de la Iglesia ortodoxa de Constantinopla,
llegada desde Panamá.
Al comienzo de la eucaristía, mons.
Fernando Prego, dirigió al Romano Pontífice las palabras de saludo que publicamos .
Después de la lectura del Evangelio, se acercó a besar el libro sagrado, sostenido por
el Papa, una familia tres generaciones que se ha distinguido por la vivencia, defensa y
propagación de la fe.
Acto seguido tuvo lugar la profesión de fe, según la fórmula de preguntas y respuestas,
como la renovación de las promesas bautismales. Después de una breve monición, leída
por el obispo local, el Santo Padre hizo las preguntas a los fieles, que con gran
entusiasmo respondían: "Sí, creo" y "Amén".
Al final de la profesión de fe, tuvo lugar la acción de gracias por el don de la familia
en la Iglesia, que ocupó el lugar de la oración de los fieles. En ella la asamblea
bendijo a Dios por todo lo que ha hecho en favor de la familia a lo largo de la historia
de la salvación, y ratificó su fidelidad a la palabra del Señor.
Entre los dones que varios fieles llevaron al Vicario de Cristo se hallaba una estatua de
santa Clara, patrona de la ciudad y de la diócesis, y un escudo de Su Santidad. Juan
Pablo II, por su parte, entregó al obispo, monseñor Prego, un cáliz como regalo suyo
para la diócesis.
En el momento de la paz, numerosos fieles se acercaron al Santo Padre para recibir el
abrazo. Entre ellos, un matrimonio que cumplía sus bodas de plata, acompañado por sus
dos hijos.
El Obispo de Roma dio la comunión a cincuenta personas, mientras que numerosos sacerdotes
la distribuían a los fieles que se habían preparado en las parroquias los días
precedentes.
Al final de la misa, mons. Prego Casal invitó a los fieles a recibir la bendición del
Papa. Después, explicó que había pedido al Santo Padre que se pudieran acercar a
saludarlo los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seminaristas de la diócesis
y le suplicó que pudieran hacerlo también los de la diócesis de Cienfuegos (con la que
han constituido una sola circunscripción eclesiástica hasta el 1 de abril de 1995); se
acercaron también los representantes de la Iglesia ortodoxa.
Luego, regresó a La Habana, donde comió y descansó un poco en la nunciatura
apostólica.
La Habana
A las seis de la tarde, realizó una visita de cortesía a Fidel Castro Ruz, presidente de
los Consejos de Estado y de Ministros, en el palacio de la Revolución.
Fidel Castro nació el 13 de agosto de 1926 en una familia de buena posición social,
dedicada al cultivo de la caña de azúcar en la provincia de Oriente; asistió a escuelas
católicas en Santiago de Cuba y en la capital, donde estudió en el colegio de Belén de
los padres jesuitas; en la Universidad de La Habana obtuvo el doctorado en derecho. En ese
tiempo se convirtió en líder del movimiento estudiantil. Ejerció la profesión de
abogado hasta 1953, cuando dirigió un ataque fallido contra el cuartel Moncada del
ejército en Santiago de Cuba. Fue condenado a 15 años de cárcel y, liberado ese mismo
año en una amnistía política general, se refugió en México, donde comenzó a
organizar la lucha armada. El 2 de diciembre de 1956, con su hermano Raúl y el
revolucionario argentino Ernesto Che Guevara, entran en secreto en Cuba con decenas de
guerrilleros, a bordo del velero "Granma" y comienzan la lucha en las montañas
de la Sierra Maestra. El 1 de enero de 1959 toma el poder. En 1961, declara a Cuba
marxista-leninista y expulsa del país a varios obispos y numerosos sacerdotes. Es primer
ministro de 1959 a 1976, fecha en que es abolido este cargo. Desde 1976 es presidente del
Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. Fue recibido en audiencia privada por Su
Santidad el 19 de noviembre de 1996, cuando estuvo en Roma para participar en la cumbre
mundial de la FAO sobre la alimentación.
Fidel Castro acogió al Santo Padre a la entrada del palacio de la Revolución. En el
salón de ceremonias le presentó a las autoridades del Gobierno y recibió el saludo de
los miembros del séquito del Papa. A continuación, en el despacho del Presidente, tuvo
lugar el coloquio privado, que duró cincuenta minutos.
El señor Fidel Castro regaló a Su Santidad un ejemplar de la "editio princeps"
de la primera biografía del siervo de Dios padre Félix Varela, escrita por José Ignacio
Rodríguez y publicada en Nueva York en 1878. Asimismo, le donó una medalla de la Orden
Félix de Varela, que es la más alta condecoración que confiere Cuba en el campo de la
cultura. Esta medalla consiste en una estrella de metal con baño de oro, cuyas puntas
están unidas entre sí por un círculo del mismo material; tiene en el centro un relieve
en oro del padre Varela.
El Santo Padre, por su parte, regaló al Presidente un cuadro en mosaico, que representa a
Cristo, reproducción de un Cristo Pantocrátor que se encuentra en la cripta de la
basílica de San Pedro, y una medalla de su pontificado.
Mientras tanto, el cardenal Angelo Sodano, se reunió con el secretario del Consejo de
ministros, Carlos Lage, en presencia del ministro de Asuntos exteriores, Roberto Robaina
González. Durante el encuentro, el cardenal Sodano transmitió al Gobierno cubano algunas
peticiones que han llegado a la Santa Sede y al Romano Pontífice de parte de
organizaciones internacionales y de algunas personas, para que se hicieran portavoces de
su solicitud de un acto de clemencia en favor de detenidos en las cárceles cubanas.
En la despedida, Su Santidad agradeció al Presidente las atenciones recibidas, y Fidel
Castro le deseó buen viaje a Camagüey.
Acto seguido, Juan Pablo II volvió a la nunciatura apostólica, donde cenó y pernoctó.
Viernes, día 23
El Peregrino de la evangelización, a las ocho de la mañana, se dirigió desde la
nunciatura apostólica al aeropuerto para tomar el avión de la compañía Cubana de
Aviación, que lo trasladó hasta el aeropuerto Ignacio Agramonte de Camagüey, adonde
llegó a las nueve y media, después de recorrer 500 km.
Camagüey
Le dio la bienvenida el obispo local, mons. Adolfo Rodríguez Herrera, que le presentó a
las autoridades locales. Acto seguido, se dirigió en el coche panorámico hasta la plaza
Ignacio Agramonte, en donde se habían concentrado, desde hacía varias horas, miles de
jóvenes cubanos y de otras naciones, como por ejemplo México: alrededor de 300.000
personas. Al igual que en La Habana y Santa Clara, también aquí mucha gente salió a las
aceras de las calles que recorrió Su Santidad, y todos le aclamaban, enarbolando
banderitas con los colores blanco y amarillo.
La ciudad recibió al Santo Padre con los brazos y el corazón abiertos. Antes de su
llegada, los fieles habían acogido a la Virgen peregrina, que colocaron junto al altar.
Aunque no estaba previsto, la televisión oficial cubana retransmitió esta misa, y así
toda la población del país pudo unirse a la alegría de los jóvenes siguiendo su
desarrollo en directo.
El podio había sido erigido a pocos metros del grandioso monumento dedicado al mayor
Ignacio Agramonte, héroe nacional de la independencia, cuyo cadáver fue arrojado por los
soldados y recogido amorosamente por el siervo de Dios hno. Olallo, "el padre de los
pobres", como se le conocía
Una gran cruz blanca sobre un telón de fondo color rosa, dominaba desde la altura. El
altar se hallaba en el centro, cubierto con un toldo adornado con grandes hojas de palma.
Al pie del monumento en honor de Ignacio Agramonte estaba el coro de 370 muchachos y
muchachas, de las diversas parroquias de la ciudad, revestidos con un manto blanco y
amarillo en honor del Papa, que contribuyó en gran medida a la solemnidad de la
ceremonia.
En la santa misa participaron quince cardenales, sesenta obispos y cerca de cien
sacerdotes. En torno al altar se hallaban los cardenales Sodano, Ortega, Gantin y el
obispo de Camagüey.
Al comienzo de la celebración, , mons. Adolfo
Rodríguez dirigió a Su Santidad unas palabras , en las que subrayó la gran labor de
evangelización llevada a cabo recientemente por los laicos católicos en la diócesis y
en toda Cuba.
Asimismo, un joven dio las gracias al Papa, en nombre de toda la juventud cubana, por su
visita, y le expresó su alegría y su esperanza.
La oración colecta y las lecturas de la misa presentaron a Cristo como única fuente de
verdad y de vida para el cristiano, para librarlo del mal y hacerlo testigo de la fe en la
vida diaria.
La ,
juventud allí congregada vivía una atmósfera de gran fiesta. Globos blancos y
amarillos se elevaban al cielo, junto con los continuos cantos y aclamaciones. Los
jóvenes coreaban repetidamente: "Juan Pablo II te quiere todo el mundo",
"Juan Pablo, Pastor, Camagüey te da su amor", "El Papa se queda en
Camagüey", y otros estribillos. En un momento, al escuchar una "porra"
mexicana, el Santo Padre comentó: "Son cubanos que parecen mexicanos. O son
mexicanos que parecen cubanos. También con la Virgen del Cobre son guadalupanos".
El obispo de Camagüey introdujo la profesión de fe, que, como en la misa anterior,
consistió en las preguntas del Santo Padre y las respuestas de la asamblea: "Sí,
creo" y "Amén". Al final, diversos jóvenes leyeron las intenciones de la
oración de los fieles: por la Iglesia, por la unidad de la familia, por la juventud, por
los que sufren, por la justicia y la paz en la sociedad y por los difuntos.
El entusiasmo de la juventud era desbordante; componían infinidad de estribillos,
adaptados a las circunstancias.
Terminada la misa, el Papa volvió al aeropuerto de Camagüey, en cuyo frontispicio, con
letras muy grandes, destacaba el mensaje: "Buen viaje Su Santidad Juan Pablo
II", para regresar a La Habana.
La Habana
Por la tarde, tuvo el encuentro con el mundo de la cultura en el aula magna de la
universidad de La Habana, fundada el 5 de enero de 1728 por los padres dominicos. En la
actualidad posee 15 facultades, 14 centros de investigación (ciencias, economía,
ciencias sociales y humanas), en los que se imparten clases diurnas, nocturnas y por
correspondencia a más de 12.000 estudiantes.
A su llegada, en torno a las 18.30, fue recibido personalmente a las puertas de la
Universidad por el presidente Fidel Castro, que, aunque no estaba previsto, quiso
participar en el encuentro. Ya en el aula magna, el presidente Castro le presentó al
ministro de cultura, señor Abel Prieto, y éste, a su vez, a las demás personalidades
cubanas del mundo de la cultura allí presentes.
A continuación, Juan Pablo II se dirigió a orar unos momentos ante los restos del siervo
de Dios padre Félix Varela, que reposan allí en una urna de mármol blanco, con una
inscripción, en latín, que reza: "Aquí descansa Félix Varela, sacerdote sin
mancha, filósofo eximio, insigne educador de los jóvenes, artífice y defensor de la
libertad de Cuba. Mientras vivía, dio gloria a la patria; tras su muerte, sus
conciudadanos lo honran en esta alma universidad desde el 19 de noviembre de 1911.
Juventud estudiosa, recuerda a un hombre tan grande"
Mientras Su Santidad oraba en silencio ante la urna, el coro "Exaudi" cantaba el
"Gloria in excelsis".
Acto seguido, el, cardenal
Jaime Ortega, le dirigió unas breves palabras de presentación
A continuación, el rector de la Universidad, dr. Juan Vela Valdés, pronunció un amplio
discurso, en el que ponderó los logros de la República en su labor educativa y cultural.
"Estamos seguros dijo en un momento de su intervención de que el día de hoy
quedará profunda y definitivamente inscrito en la historia académica, científica y
cultural de la universidad de La Habana y de nuestro país".
En el encuentro participaron cerca de trescientos representantes cubanos del mundo de la
cultura: intelectuales, artistas y educadores. También se hallaban presentes todos los
obispos de Cuba.
Terminado el acto, a las 19.30, Su Santidad volvió, entre las aclamaciones de la gente
que le esperaba por las calles de su recorrido, hasta la nunciatura apostólica, donde
cenó y pernoctó.
Sábado, día 24
Santiago de Cuba
Temprano, como en los días anteriores, el Peregrino apostólico se trasladó en avión
hasta el aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba, distante 750 km, en un vuelo de
hora y media. El arzobispo metropolitano, mons. Pedro Claro Meurice Estíu, lo acogió a
su llegada y le presentó a las autoridades locales.
El Papa siguió en el coche panorámico hasta la plaza Antonio Maceo, en la que dio una
vuelta por entre la multitud, antes de llegar al podio preparado en la escalinata del
monumento ecuestre, de piedra negra, dedicado a este héroe nacional, natural de esa
ciudad, muerto en batalla en 1896. Allí celebró la santa misa, con la participación de
más de quinientas mil personas, en la que coronó la imagen de la patrona de Cuba.
Muchas horas, e incluso días, antes de que Su Santidad llegase, miles de fieles se
encaminaron a esta plaza de Santiago de Cuba, provistas de agua para soportar el calor y
llenas de alegría por la visita del Vicario de Cristo. Los que acudieron de localidades
muy lejanas, tuvieron que viajar horas en camiones o vehículos improvisados.
El palco, coronado por una gran cruz, se elevaba en medio de la plaza. En el centro del
mismo se hallaba un crucifijo y, a la derecha, la imagen original de la Virgen de la
Caridad del Cobre, traída del santuario.
Acompañaron a Su Santidad en torno al altar los cardenales Sodano, Ortega, Gantin; el
arzobispo local, monseñor Pedro Meurice; concelebraron, asimismo, catorce cardenales,
noventa entre arzobispos y obispos, y más de cien sacerdotes. A la ceremonia asistió,
entre otras personalidades, el señor Raúl Castro Ruz, hermano del presidente de la
República.
En la liturgia se utilizaron los textos de la misa de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Al comienzo de la celebración, el , arzobispo
Meurice dirigió al Papa las palabras.
Los fieles expresaban sin cesar su entusiasmo y gritaban: "Juan Pablo, hermano, ya
tú eres un cubano" y otros estribillos parecidos. Cuando exclamaron: "Juan
Pablo, amigo, Cuba está contigo", él, improvisando, respondió: "Cuba, amigo,
el Papa está contigo".
Después de la oración de los fieles, tuvo lugar el acto central de la celebración: la
solemne coronación de la patrona de Cuba. La imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre
ya había sido coronada, el 20 de diciembre de 1936, por el entonces arzobispo de Santiago
de Cuba, mons. Valentín Zubizarreta, en representación del Papa Pío XI. Pero, el Santo
Padre Juan Pablo II quiso hacerlo ahora personalmente.
Cuatro sacerdotes concelebrantes acercaron al Vicario de Cristo la imagen de la Virgen y
el Papa la coronó, y colocó en su brazo un rosario de oro, que él mismo quiso dejarle
como regalo. En la corona de la Virgen se lee esta inscripción: "Arribó sobre las
aguas del mar la Madre de Dios, la Virgen de la Caridad del Cobre". En el momento en
que el Santo Padre coronó a la patrona de Cuba, toda la asamblea manifestó su alegría,
con aplausos y aclamaciones de entusiasmo, y varios seminaristas pusieron a los pies de la
Virgen cuatro cirios encendidos, flores y la bandera nacional.
En el ofertorio, los dones fueron presentados por fieles de las tres circunscripciones
eclesiásticas de la región: Holguín, Santísimo Salvador de Bayamo y Manzanillo, y
Santiago de Cuba. La diócesis de Holguín ofreció como don una barca de artesanía
local, que representaba a los tres pescadores a los que se les apareció la Virgen de la
Caridad; la diócesis de Santísimo Salvador de Bayamo y Manzanillo, un pergamino con la
partitura del himno nacional (lo compuso un bayamés), un escudo de Cuba y una bandera; y
la de Santiago de Cuba, entre otras cosas, la cruz de la Parra, un cuadro de la Virgen de
la Caridad y otro con un retrato del Santo Padre.
Al final de la celebración, el Papa anunció la erección de una nueva diócesis en Cuba,
la de Guantánamo-Baracoa, y el nombramiento de mons. Carlos Jesús Patricio Baladrón
Valdés, hasta ahora auxiliar de San Cristóbal de La Habana, como pastor de dicha
circunscripción eclesiástica, quien dio las gracias por su nombramiento al Santo Padre y
recibió como don del Vicario de Cristo un cáliz. Los fieles manifestaban continuamente
su entusiasmo con diversos estribillos: "Juan Pablo, hermano, quédate conmigo aquí
en Santiago", "Cuba con el Papa renueva su esperanza", "Cuba con
María renueva su alegría", "Juan Pablo, valiente, te aclama todo
Oriente", etc.
Concluida la celebración, los sacerdotes de las diócesis de Holguín, Santísimo
Salvador de Bayamo y Manzanillo, y Santiago de Cuba, pasaron a la sacristía para saludar
al Santo Padre.
Seguidamente, Juan Pablo II volvió al aeropuerto, para trasladarse a la capital, adonde
llegó alrededor de las seis de la tarde.
La Habana
Su Santidad salió de la nunciatura apostólica a las 18.30, para dirigirse en coche al
santuario de San Lázaro, principal lugar de peregrinación en la región occidental de la
isla, situado en la localidad de Rincón de La Habana, distante de la nunciatura 26 km.
Allí tuvo un encuentro con un centenar de enfermos de lepra ingresados en el cercano
hospital "Guillermo Fernández Hernández-Baquero", llamado así en homenaje a
un famoso dermatólogo cubano, y de sida, atendidos en un centro situado a 2 km del
hospital. En esos dos centros las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, y 220
personas entre médicos y enfermeros, asisten a 190 leprosos y numerosos enfermos de sida.
A las puertas del santuario el Papa fue acogido con el repicar de las tres campanas del
templo y con la música del Aleluya del "Mesías" de Händel, interpretado por
la Orquesta del hospital psiquiátrico de La Habana, formada por veinticinco miembros.
Dentro de la iglesia, mientras Su Santidad, al pasar hacia el altar, bendecía y tocaba la
frente de los enfermos que bordeaban el pasillo central, un coro de niños, dirigidos por
una de las Hijas de la Caridad, le dio la bienvenida con cantos.
El acto comenzó con un breve saludo litúrgico leído por el Papa y una oración a san
Lázaro, cuya estatua presidía el retablo del ábside. A continuación, el , cardenal
Ortega, arzobispo de San Cristóbal de La Habana, dirigió al Santo Padre.
Tras el rezo del "Padre nuestro" y la bendición final, el Santo Padre quiso
saludar personalmente a los leprosos y sidosos presentes en el templo, y los fue
bendiciendo, acariciando, a la vez que les regalaba un rosario a cada uno. Mientras tanto,
el coro de los niños, tan emocionados que casi todos lloraban abundantemente, cantaba
varias piezas en honor del Santo Padre.
Una niña ciega, al micrófono, dijo al Vicario de Cristo: "Santo Padre, en nombre de
los niños que son como yo, quiero saludarle, y, aunque no lo podamos ver, esperamos verlo
en la gloria".
Como recuerdo de su visita, el Papa entregó al rector del santuario una casulla blanca.
Después de bendecir a los enfermos y saludar a algunas religiosas y enfermeros, el Santo
Padre regresó a la nunciatura, donde cenó y pasó la noche.
Domingo, día 25
El último día de la estancia del Papa en Cuba fue una jornada muy intensa. A las ocho de
la mañana, El Vicario de Cristo celebró un encuentro ecuménico en la nunciatura.
A continuación Su Santidad se trasladó hasta la plaza de la Revolución José Martí de
La Habana, donde tuvo lugar la celebración más grandiosa y emotiva de esta
peregrinación apostólica: la misa dominical, a la que asistieron más de un millón de
personas, en su mayoría cubanos de la capital y de las regiones vecinas, pero también
muchos católicos venidos de otros países. Estuvo, asimismo, presente el señor
presidente Fidel Castro, acompañado del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez,
y otras autoridades civiles.
La plaza José Martí, teatro de grandes acontecimientos de la historia cubana reciente,
se convirtió en un templo al aire libre, presidido por el crucifijo y la imagen de la
Virgen de la Caridad del Cobre. Al fondo de la plaza, destacaba el gran mural, del Sagrado
Corazón con las palabras: "Jesucristo, en ti confío", que cubría casi toda la
fachada de la Biblioteca Nacional.
El palco, sobre el que destacaba la cruz y un gran escudo del Papa Juan Pablo II, con el
lema "Totus tuus", estaba adornado con flores de todo tipo y color. El Papa, a
su llegada, dio una vuelta por la plaza en el coche panorámico para saludar y bendecir a
todos.
Concelebraron 20 cardenales y más de 150 entre arzobispos y obispos, e innumerables
sacerdotes, llegados de todas partes del mundo, especialmente de los países de América.
Un gran coro, compuesto por 420 miembros La "Schola cantorum Carolina", y una
orquesta contribuyeron a dar gran solemnidad a la ceremonia.
Después del saludo litúrgico, el , cardenal
Jaime Lucas Ortega, arzobispo local, dirigió al Santo Padre.
El Papa no es contrario a los aplausos, porque le permiten reposar". En otro momento
dijo: "Ustedes son un auditorio muy activo". Algunos de los estribillos que los
cubanos gritaban, además de los clásicos, como: "Juan Pablo II, te quiere todo el
mundo", "Juan Pablo, amigo, Cuba está contigo" o "Juan Pablo,
hermano, ya tú eres un cubano", eran: "Un Papa libre nos quiere a todos
libres", "Cuba católica siempre fiel", "Lo sé, lo he visto, con el
Papa está Cristo".
Terminada la homilía, Juan Pablo II bendijo a la asamblea con el libro de los Evangelios
y entregó un ejemplar de la sagrada Escritura a veinte fieles de las diócesis de Pinar
del Río, Matanzas y San Cristóbal de La Habana, en representación de todas aquellas
personas que durante el tiempo de preparación de la visita habían ido casa por casa
llevando a todos el mensaje de Cristo.
Seguidamente, toda la asamblea, como en las celebraciones anteriores de la visita,
proclamó con gran entusiasmo su profesión de fe, respondiendo con notable vigor a las
preguntas del Santo Padre: "Sí, creo", "Amén".
Presentaron las ofrendas fieles de las diócesis de Pinar del Río, Matanzas y San
Cristóbal de La Habana: el pan, el vino y otros dones representativos de dichas
diócesis, entre ellos un cuadro de san Cristóbal; dos niños y una niña, de tres, cinco
y siete años, ofrecieron al Papa un cesto de flores.
Al final, desde el presbiterio, estuvo varios minutos saludando y bendiciendo a la inmensa
multitud.
Al bajar del palco para encaminarse a la sacristía, el presidente Fidel Castro se le
acercó para saludarlo.
Desde la plaza de la Revolución, Juan Pablo II se trasladó al arzobispado, donde se
reunió con los miembros del Episcopado cubano y del séquito papal. Al comienzo del
encuentro, el presidente de la Conferencia, el, cardenal
Ortega.
A las cuatro y media de la tarde, Juan Pablo II salió de la nunciatura apostólica para
dirigirse a la catedral de La Habana, dedicada a la Inmaculada Concepción y a San
Cristóbal. Allí, se reunió con los sacerdotes, los religiosos, las religiosas (entre
ellas un grupo de Carmelitas descalzas), los seminaristas y los laicos cubanos
comprometidos en el trabajo pastoral.
Apenas bajó del coche panorámico, el Santo Padre quiso saludar personalmente a muchas de
las personas que se habían dado cita para aclamarlo en la plaza frente a la catedral. El
Papa acudió hasta las vallas, estrechó las manos a todos los que le fue posible y los
bendijo con amor.
Ya en el templo, mientras el coro cantaba el "Tu es Petrus", Su Santidad fue
avanzando lentamente por el pasillo, saludando y dando la mano a todos los que lo
bordeaban. Después de atravesar la nave central, se recogió unos minutos en oración en
la capilla del Santísimo Sacramento, situada a la izquierda del altar.
Al comienzo del acto, que revistió la forma de celebración de la Palabra, habló
nuevamente el , cardenal de
La Habana. Desde la catedral, el Mensajero del amor se trasladó directamente al
aeropuerto internacional José Martí de La Habana, donde tuvo lugar la ceremonia de
despedida. Tomaron parte en ella el presidente Fidel Castro, numerosas autoridades
civiles, políticas y militares del país, así como los obispos de Cuba.
El Presidente acogió al Romano Pontífice a su llegada y ambos se dirigieron hasta el
podio, desde donde escucharon los himnos pontificio y cubano. Después de desfilar ante
ellos la guardia de honor, , Fidel Castro.
Acto seguido, el Romano Pontífice se despidió de las autoridades y, acompañado del
Presidente, se dirigió hasta la escalerilla del avión.
A las siete y media de la tarde despegó el MD-11 de Alitalia con rumbo a Roma. Antes de
dejar el cielo cubano, Juan Pablo II envió al presidente Fidel Castro el siguiente
telegrama: "Al finalizar mi grata permanencia en la República de Cuba, me complace
expresar mi vivo agradecimiento a usted, señor presidente, a las autoridades y a todo el
pueblo cubano por la hospitalidad que me han dispensado, así como por las sentidas y
continuas muestras de afecto y cercanía con las que me han acompañado en cada momento.
Mientras reitero mi aprecio a los amadísimos ciudadanos cubanos, renuevo mis mejores
votos por su progreso humano y cristiano y por el bienestar espiritual y material de esa
querida nación, a la vez que pido, por mediación de nuestra Señora de la Caridad del
Cobre, para todos y cada uno de ellos la constante protección del Altísimo".
Lunes, día 26
Después de nueve horas y media de vuelo, el avión papal aterrizó a las once de la
mañana del lunes, día 26, en el aeropuerto romano de Ciampino, donde le dieron la
bienvenida el cardenal Camillo Ruini, los arzobispos Jean-Louis Tauran y Francesco
Colasuonno, y otras personalidades. El Gobierno italiano se hallaba representado por el
señor Romano Prodi, presidente del Consejo de Ministros.
Acto seguido, Juan Pablo II se trasladó en helicóptero a la ciudad del Vaticano,
concluyendo así esta histórica peregrinación apostólica.
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1. He regresado antier de Cuba donde, respondiendo a la invitación de los Obispos y del mismo Presidente de la República, he realizado una inolvidable visita pastoral. El Señor ha querido que el Papa visitase aquella tierra y diese conforto a la Iglesia que allá vive y anuncia el Evangelio. A El va, ante todo, mi agradecimiento, que se extiende además a todo el Pueblo de Dios, del cual, en los días pasados, me ha llegado un constante sostenimiento espiritual.
Dirijo un pensamiento de especial reconocimiento al Sr. Presidente de la República de Cuba, Dr. Fidel Castro Ruz, y a las demás autoridades, que han hecho posible mi peregrinación apostólica. Agradezco con gran afecto a los Obispos de la Isla, comenzando por el Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega, y también a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles que me han dispensado una conmovedora acogida.
Desde mi llegada, de hecho, fui rodeado de una gran manifestación de pueblo, que ha maravillado incluso a tantos que, como yo, conocemos el entusiasmo de los latinoamericanos. Ha sido la expresión de una larga espera, un encuentro deseado desde hacía mucho tiempo por parte de un pueblo que en ello se ha como reconciliado con su propia historia y su propia vocación. La visita pastoral ha sido un gran evento de reconciliación espiritual, cultural y social que no dejará de producir frutos benéficos también en otros planos.
En la gran Plaza de la Revolución José Martí en La Habana vi un enorme cuadro de Jesucristo con la siguiente inscripción: ¡Jesucristo, en Ti confío! Di gracias a Dios porque justamente en ese lugar dedicado a la "revolución" encontró lugar Aquel que ha traído al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia y le da la paz y la plenitud de vida.
2. He visitado la tierra cubana, definida por Cristóbal Colón "la más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás", ante todo, para rendir homenaje a aquella Iglesia y confirmarla en su camino. Es una Iglesia que ha atravesado momentos bastante difíciles, pero que ha perseverado en la fe, en la esperanza y en la caridad. Quise visitarla para compartir su profundo espíritu religioso, sus alegrías y sufrimientos, para dar impulso a su obra evangelizadora.
Fui como peregrino de paz para hacer resonar en medio de aquel noble pueblo el anuncio perenne de la Iglesia: Cristo es el Redentor del hombre y el Evangelio es la garantía del auténtico desarrollo de la sociedad.
La primera Santa Misa que tuve la alegría de celebrar en tierra cubana, en la ciudad de Santa Clara, fue una acción de gracias a Dios por el don de la familia, en sintonía con el gran encuentro de las familias el pasado octubre en Río de Janeiro. Quise hacerme solidario con las familias cubanas frente a los problemas que les pone la sociedad actual.
3. En Camagüey pude hablar a los jóvenes, consciente que ser jóvenes católicos en Cuba ha sido y es un desafío. Su presencia en el seno de la comunidad cristiana cubana es muy significativa tanto en lo que concierne a los grandes eventos como a la vida cotidiana. Pienso con agradecimiento en los jóvenes catequistas, misioneros, operadores de Cáritas y de otros proyectos sociales.
El encuentro con los jóvenes cubanos fue una inolvidable fiesta de la esperanza, durante la cual los exhorté a abrir el corazón y la entera existencia a Cristo, venciendo el relativismo moral y sus consecuencias. A ellos renuevo la expresión de mi estímulo y de todo mi afecto.
4. En la Universidad de La Habana, con la presencia incluso del Presidente Fidel Castro, encontré a los representantes del mundo de la cultura cubana. En el período de cinco siglos, ésta ha conocido diversas influencias: la hispánica, la africana, la de diversos grupos de inmigrantes y la propiamente americana. En los últimos decenios, ha incidido sobre ella la ideología marxista, materialista y atea. En profundidad, sin embargo, su fisonomía, aquella llamada "cubanía", ha permanecido íntimamente marcada por la inspiración cristiana, como atestiguan las numerosas figuras de hombres de cultura católicos, presentes en toda su historia. Entre ellos descuella el Siervo de Dios Félix Varela, sacerdote, cuya tumba se encuentra justamente en el Aula Magna de la Universidad. El mensaje de estos "padres de la Patria", es más que nunca actual e indica el camino de la síntesis entre la fe y la cultura, el camino de la formación de conciencias libres y responsables, capaces de diálogo y, al mismo tiempo, de fidelidad a los valores fundamentales de la persona y de la sociedad.
5. En Santiago de Cuba, sede primada, mi visita se hizo explícitamente peregrinación: allí, de hecho, veneré a la Patrona del pueblo cubano, la Virgen de la Caridad del Cobre.
Constaté con alegría íntima y conmovida cuanto amor tienen los cubanos por la Madre de Dios y como la Virgen de la Caridad representa verdaderamente, más allá de toda diferencia, el principal símbolo y sostén de la fe del pueblo cubano y de sus luchas por la libertad. Hace más o menos cien años, delante de la Virgen de la Caridad, fue declarada la independencia del País. Con esta peregrinación confié a Ella todos los cubanos, en la Patria y en el extranjero, para que formen una comunidad siempre más vivificada por la auténtica libertad y realmente próspera y fraterna.
En el Santuario de San Lázaro encontré al mundo del dolor, al cual llevé la palabra confortadora de Cristo. En la Habana, en fin, pude saludar también una representación del clero, de los religiosos, de las religiosas y de los laicos comprometidos, a quienes animé a gastarse generosamente al servicio del Pueblo de Dios.
6. La Divina Providencia quiso que, justamente en el Domingo en el cual la Liturgia proponía las palabras del profeta Isaías: "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a anunciar a los pobres un alegre mensaje" (Lc 4,18), el Sucesor del apóstol Pedro pudiese cumplir en la capital de Cuba, La Habana, una histórica etapa de la nueva evangelización. Tuve, en efecto, la alegría de anunciar a los cubanos el Evangelio de la esperanza, mensaje de amor y de libertad en la verdad, que Cristo no cesa de ofrecer a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos.
¿Cómo no reconocer que esta visita adquiere un valor simbólico relevante, a causa de la posición singular que Cuba ha ocupado en la historia mundial de este siglo? En tal perspectiva, mi peregrinación a Cuba, tan esperada y tan pacientemente preparada, ha señalado un momento privilegiado para hacer conocer la doctrina social de la Iglesia. Más de una vez, quise subrayar que los elementos esenciales del Magisterio eclesial sobre la persona y sobre la sociedad pertenecen también al patrimonio del pueblo cubano, que los ha recibido en herencia de los padres de la patria, los cuales los han extraído de las raíces evangélicas y los han testimoniado hasta el sacrificio. La visita del Papa ha venido como a dar voz al alma cristiana del pueblo cubano. Esta alma cristiana, estoy convencido, constituye para los cubanos el tesoro más precioso y la más segura garantía de desarrollo integral en la línea de la auténtica libertad y de la paz.
Deseo de corazón que la Iglesia en Cuba pueda disponer siempre más libremente de espacios adecuados para su misión.
7. Encuentro significativo que la gran celebración eucarística conclusivo en la Plaza de la Revolución haya acontecido en el día de la Conversión de San Pablo, como para indicar que la conversión del gran apóstol "es una profunda, continua y santa revolución, válida para todos los tiempos". Toda auténtica renovación comienza por la conversión del corazón.
Confío a la Virgen todas las aspiraciones del pueblo cubano y el empeño de la Iglesia, que con valentía y perseverancia prosigue su misión al servicio del Evangelio.
MENSAJE DE LOS OBISPOS CATOLICOS DE CUBA
DESPUES DE LA VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II
"¡ABRAN SUS CORAZONES A CRISTO!"
A los fieles católicos y a todo el pueblo cubano
Queridos hermanos: La visita del Papa Juan Pablo II a Cuba ha constituido un paso evidente de Jesucristo por nuestra historia, por ello deseamos expresar los hondos sentimientos y las reflexiones que ha suscitado en todos nosotros, al mismo tiempo que la proyección de futuro que ella contiene. Ante todo queremos dar gloria, alabanza y acción de gracias a Dios por este regalo maravilloso que le ha dado a la vida de nuestro pueblo y a la historia de nuestra Patria. Con el Salmista podemos repetir: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres". Esta visita, largamente esperada, estuvo preparada por el arduo trabajo de todo un año. Desde que se conoció la fecha de la misma, los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, se entregaron con tesón para que produjese abundantes frutos espirituales en la vida de nuestra nación. La misión con la imagen peregrina de la Virgen de la Caridad por los distintos pueblos y ciudades de Cuba fue el punto culminante de los trabajos previos a la visita pastoral de Juan Pablo II. Esta gran misión, como ya hemos expresado en otras oportunidades, puso en evidencia la fe religiosa presente en la gran mayoría del pueblo cubano. Los cinco días que el Santo Padre estuvo entre nosotros se caracterizaron por la gran alegría que, a lo largo de todo el país, el pueblo de Cuba manifestó espontáneamente. Juan Pablo II cautivó el corazón de los cubanos, desde los niños hasta los más ancianos. Lo percibimos cercano, amigo, hermano, padre, y tan familiar, como si fuera un cubano más. Cuando se marchó sentimos que nos separábamos de alguien que supo llenar nuestras vidas durante estos espléndidos e inolvidables días. El Papa misionero hizo surgir del corazón del cubano los mejores sentimientos que se expresaban de forma natural y entusiasta. Esto se reflejó en las cuatro celebraciones litúrgicas en las que el pueblo vibró con el Papa, permaneciendo de pie durante largas horas y manifestando su fe, devoción, silencio, sintonía entre todos, con respuestas al unísono, como el "¡Sí, creo!" en el momento de la Profesión de Fe. Estos sentimientos, más que todo, explican la activa participación de las multitudes en las grandes celebraciones litúrgicas y en los otros actos públicos que contaron con la presencia del Santo Padre. Deseamos, también, expresar nuestro agradecimiento a todos los que cooperaron para que la visita del Papa fuera un éxito, desde las más altas autoridades del país, que dispensaron al Santo Padre un trato exquisito, hasta los más humildes trabajadores. El júbilo nacional y la fiesta de la fe que hemos vivido durante la visita papal a Cuba no pueden quedar en la historia de nuestra Patria como un paréntesis al que se mire como un momento hermoso e imborrable, pero con nostalgia, sin que brote de él una permanente reflexión que conduzca a la renovación de la vida cubana. Los mensajes del Papa fueron una siembra en el corazón del pueblo, por eso no fueron dirigidos solamente a los católicos, sino a todos los cubanos. Ya desde su primer discurso en el Aeropuerto "José Martí", el Papa comenzó a fijar las claves de su mensaje: "¡ No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo!". Este llamamiento que sitúa al hombre en el camino de la verdad, hace de Juan Pablo II el mensajero de la esperanza para todos nosotros, aún para aquellos que no son creyentes en Jesucristo. Porque los valores evangélicos no son exclusivos de los cristianos, ni son contradictorios a la naturaleza de la persona humana, sino al contrario, la dignifican. Por eso, la Iglesia no hace proselitismo cuando los proclama, los predica y los defiende. Tampoco el mensaje de Cristo llega a identificarse completamente con ningún sistema político-económico, sino que los cuestiona éticamente a todos desde el Evangelio. Jesucristo y el hombre son los dos ejes que marcarán cada uno de los mensajes y discursos del Santo Padre. También en la ceremonia de bienvenida, el Papa expresó que nosotros somos y debemos ser los protagonistas de nuestra historia personal y social. La primera tarea de una persona que quiere ser sujeto activo de su propia vida es la conversión. Conversión significa un cambio en la mente y en el corazón del ser humano. Si no hay una verdadera conversión personal, no podrá haber, por consiguiente, la verdadera transformación de la sociedad que el hombre ansía. Dos días después de su regreso de Cuba el Papa dijo en Roma, al referirse al enorme cuadro que representaba a Jesucristo en la Plaza de la Revolución: "He dado gracias a Dios porque precisamente en aquella plaza dedicada a la revolución ha hallado un lugar Aquel que trajo al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia, y le da la paz y la plenitud de la vida". La conversión del hombre, su cambio de vida según la verdad y el amor son en palabras del Papa: "Una profunda, continua y santa revolución que vale para todos los tiempos". Las familias, los jóvenes, la Patria toda, deben ser capaces de esa transformación según los auténticos valores que Jesucristo trajo a este mundo. Con audacia resumía el Papa Juan Pablo II en su homilía en Santa Clara que "la familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad". Cuando el Papa analiza nuestra cultura descubre una matriz o alma cristiana en la misma. Es bueno aclarar que el Santo Padre cuando habla de que Cuba tiene un alma cristiana, no quiere decir que la cultura cubana sea totalmente cristiana, lo cual es algo diferente. El alma cristiana de Cuba ha contribuido a aportar un conjunto de valores éticos a la historia patria, tales como el amor a la familia, la honestidad, la sinceridad, el desinterés y el altruismo, la abnegación, la justicia y la libertad que son radicalmente evangélicos. Otro elemento que deseamos poner de relieve es el marcado carácter social de los discursos de Juan Pablo II en Cuba. Él mismo, en su homilía de La Habana lo manifestó cuando se refirió al "Evangelio Social". En esta homilía el Pastor Universal de la Iglesia abordó ampliamente los temas sociales, como la justicia al interior de las naciones y en las relaciones internacionales. Analizó el desafío del neoliberalismo capitalista y afirmó que, mientras en el mundo haya injusticia es necesario seguir hablando de los temas sociales. El Santo Padre se refirió al tema de la libertad, tan valorado por el hombre contemporáneo y tan preciado para nosotros, cubanos, a lo largo de nuestra historia. Juan Pablo II presentó el concepto correcto de la libertad cristiana, con el objetivo de que esta hermosa palabra no quede reducida a falsas comprensiones que la desvirtúan, empobreciendo a las personas que la viven de ese modo. La auténtica "liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos". El Santo Padre afirmó con convicción otra de las claves de su pensamiento social: "Conjugar justicia y libertad, sin dejar que ninguna de ellas quede relegada a un segundo plano, es el mayor desafío para muchos sistemas políticos actuales". En esta misma línea de su enseñanza social, al referirse a las medidas económicas restrictivas impuestas a Cuba desde fuera del país las calificó claramente de injustas y éticamente inaceptables. Queridos hermanos: al concluir esta fructífera visita papal, Juan Pablo II deja a la Iglesia en Cuba un hermoso programa de acción pastoral en sintonía con la preparación al Tercer Milenio del Cristianismo, el cual podemos concretar de este modo:
El Papa Juan Pablo II en sus últimas palabras dirigidas a los cubanos, nos ha invitado a una gran confianza en el futuro de la Patria, guiados por la luz de la fe, siendo los protagonistas en la creación de un ambiente de mayor libertad y pluralismo, para "que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades y el mundo se abra a Cuba". La creación de la nueva diócesis de Guantánamo-Baracoa, la bendición de la primera piedra del nuevo Seminario, los recientes indultos otorgados por el gobierno de Cuba que benefician a un buen número de presos, las relaciones diplomáticas establecidas o estrechadas con otros países después de la visita del Santo Padre, son ya algunos de los motivos reales que nos estimulan a la confianza en el futuro. Por lo cual el Papa, al aludir a la lluvia durante las últimas horas de su permanencia en nuestra Patria, dijo que la misma puede significar un nuevo Adviento en la historia de Cuba. El Adviento es el tiempo en que esperamos la Navidad, la venida del Salvador. El verdadero y pleno Adviento es Jesucristo, quien, como la lluvia que cae de lo alto, debe fecundar la tierra cubana con su amor, su verdad y su esperanza. El futuro de nuestro quehacer apostólico debe enriquecerse con la nueva savia que las enseñanzas del Santo Padre han comunicado a nuestro Plan Pastoral, que fue trazado para preparar el Tercer Milenio de la era cristiana. En este año 1998, dedicado al Espíritu Santo, el impulso misionero se concreta y continúa en la difusión del Evangelio de San Lucas y en la entronización de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en los hogares. Al coronar la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre como Reina y Patrona de Cuba, el Papa , no sólo coronaba a María, la Madre de Jesús y su permanente acción maternal sobre nuestro pueblo, sino además, toda la historia de este pueblo dirigida hacia la construcción de una Patria "con todos y para el bien de todos", portadora en sí misma de un alma cristiana . "La historia -dijo el Santo Padre en esa ocasión- enseña que sin fe desaparece la virtud y la vida pierde su sentido trascendente". Animándolos una vez más a permanecer en el clima de fervor y entusiasmo vividos en estos días, los invitamos a poner por obra todo lo que el Santo Padre nos ha enseñado. Los bendicen en el Señor;
La Habana, 12 de febrero de 1998
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